La fotografía perfecta es aquella que describe en mejor manera la visión del autor, y representa el sentimiento estampado en el pensamiento del artista. Pero como en toda búsqueda finita, y en más ocasiones que menos, la visión plantea un problema de ejecución sustentado por las limitaciones técnicas de la herramienta, en este caso, la cámara.
El aspecto técnico que nos permite exteriorizar nuestra visión, se desarrolla dentro de un marco delimitado por el juego de tres elementos: el valor de obturación, la abertura del diafragma y el valor ISO. El tiempo y la práctica son capaces de masterizar y automatizar el uso correcto de estos tres valores, ya sea una larga exposición para pretender dinamismo, una abertura estrecha para incluir elementos que de una u otra forma aportan a la historia , o una sensibilidad alta para capturar una acción de manera definida. Cualquier combinación anticipada de estos tres ingredientes, permiten al autor explorar los variados matices de su proyección artística.
Pero qué pasa, cuando aún recurriendo a esta elegante triada, el resultado sigue careciendo del ardor visionario? Cómo sustenta el artesano la falta de escencia y la expresión injusta? Qué elemento logra devolver al juego la estrategia creativa del fotógrafo?
Los objetivos juegan un papel redentor en la recuperación de la percepción de una imagen, sirviendo cincel en el proceso de deliniear la imagen, comprimirla, expandirla o pulirla a gusto, extrayendo o incluyendo artículos que evocan o incineran. La selección correcta del objetivo, acerca al autor, de una manera más sensata, al producto que envisiona.
Tras un par de horas de caminar río abajo, nos encontramos con este íntimo paisaje, que inevitablemente imaginé como una bañera natural a partir del constante curtir del fluído madre. Un lente de 24 milímetros parecía ser el ángulo de visión perfecto para abarcar lo curioso de la escena, sin embargo, tras intentar desde diversas perspectivas, ningún encuadre lograba materializar la cualidad del antojo. La solución vino acompañada de un sacrificio: un lente ojo de pescado de 8 milímetros al cual me resulta imposible añadirle un filtro polarizador que me permita eliminar los reflejos sobre el agua, sin embargo, satisfecho se hace el sufragio y, la visión, se vuelve menos imperfecta cuando finalmente logra, al menos, describir formas y endulzar miradas.
El aspecto técnico que nos permite exteriorizar nuestra visión, se desarrolla dentro de un marco delimitado por el juego de tres elementos: el valor de obturación, la abertura del diafragma y el valor ISO. El tiempo y la práctica son capaces de masterizar y automatizar el uso correcto de estos tres valores, ya sea una larga exposición para pretender dinamismo, una abertura estrecha para incluir elementos que de una u otra forma aportan a la historia , o una sensibilidad alta para capturar una acción de manera definida. Cualquier combinación anticipada de estos tres ingredientes, permiten al autor explorar los variados matices de su proyección artística.
Pero qué pasa, cuando aún recurriendo a esta elegante triada, el resultado sigue careciendo del ardor visionario? Cómo sustenta el artesano la falta de escencia y la expresión injusta? Qué elemento logra devolver al juego la estrategia creativa del fotógrafo?
Los objetivos juegan un papel redentor en la recuperación de la percepción de una imagen, sirviendo cincel en el proceso de deliniear la imagen, comprimirla, expandirla o pulirla a gusto, extrayendo o incluyendo artículos que evocan o incineran. La selección correcta del objetivo, acerca al autor, de una manera más sensata, al producto que envisiona.
Tras un par de horas de caminar río abajo, nos encontramos con este íntimo paisaje, que inevitablemente imaginé como una bañera natural a partir del constante curtir del fluído madre. Un lente de 24 milímetros parecía ser el ángulo de visión perfecto para abarcar lo curioso de la escena, sin embargo, tras intentar desde diversas perspectivas, ningún encuadre lograba materializar la cualidad del antojo. La solución vino acompañada de un sacrificio: un lente ojo de pescado de 8 milímetros al cual me resulta imposible añadirle un filtro polarizador que me permita eliminar los reflejos sobre el agua, sin embargo, satisfecho se hace el sufragio y, la visión, se vuelve menos imperfecta cuando finalmente logra, al menos, describir formas y endulzar miradas.